domingo, 13 de diciembre de 2009

Ataques cada vez más frontales del crimen organizado

Periodistas de EL UNIVERSAL
Bajo Reserva
13 de diciembre de 2009


Ya lo anticipaba el representante regional de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Antonio L. Mazzitelli, quien afirmó que los cárteles mexicanos recurren ya a actos de terrorismo para obligar a la población civil y, en particular, a las autoridades, a lograr pactos. Parece que no se equivoca. La ofensiva emprendida por grupos criminales organizados contra el aparato de seguridad del Estado en los últimos días así lo demuestra. Los ataques sistemáticos a instalaciones militares y policiacas, principalmente en Michoacán, revelan una nueva estrategia de hostigamiento frontal del narco que amenaza con intensificarse conforme avance el tiempo. Lo mismo lanzan granadas de fragmentación a cuarteles y bases, que rafaguean instalaciones y hoteles donde se albergan las fuerzas federales. Eso sin contar el secuestro de efectivos militares y policiacos que participan en los operativos contra las drogas y el crimen organizado. Este es un asunto al que no se le debe perder de vista por nadie.

Su viaje fue discreto pero efectivo, o al menos esa fue la percepción del periplo de la canciller Patricia Espinosa por Cuba. En la isla, la responsable de la conducción de la política exterior del país destrabó una serie de problemas que obstaculizaba el relanzamiento de las relaciones bilaterales. De entrada, nos cuentan, el presidente Raúl Castro estaría dispuesto a viajar a México el próximo año, como muestra de que entre ambos países no hay otra cosa que amistad y entendimiento. Espinosa extendió una invitación que, en principio, fue aceptada. Antes, seguramente en el primer trimestre de 2010, Calderón estaría en La Habana, donde sellaría la amistad México-Cuba en una nueva era de relación. Raúl y Fidel Castro serían anfitriones del mandatario, quien por razones más políticas que diplomáticas canceló su visita a la isla en diciembre de 2008.


Feliz, feliz, feliz está Andrés Manuel López Obrador, porque una vez más demostró que no está muerto y que su poder e influencia en el PRD (y otros partidos) y en sectores sociales, sigue vigente. Lo de Rafael Acosta es la prueba. Al final del día, o más bien del circo en que se convirtió el asunto de Iztapalapa, puso a Juanito, quitó a Juanito, regresó Juanito y volvió a quitar a Juanito, con los buenos oficios del jefe de Gobierno Marcelo Ebrard. Gente cercana al tabasqueño no duda en pregonar que lo de Rafael Acosta no fue más que el termómetro para conocer la temperatura de López Obrador en el ambiente político. El caso Juanito tuvo muchos titiriteros, pero hubo uno que de manera simultánea manejó los hilos de varios de los muñecos de madera que actúan en el escenario político, y ese fue Andrés Manuel López Obrador. Sí, el tabasqueño, el ex candidato presidencial, el presidente legítimo y, nadie duda, futuro suspirante por Los Pinos (y eso que no cree en la reelección), quitó a Juanito y puso, como desde un principio lo contempló, a Clara Brugada. Para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo, dice el refrán.


Apunte final: la boda de Maximiliano Cortázar, coordinador de Comunicación Social de la Presidencia, con Jennifer Hart- jen Islas, en el hotel Sumiya de Cuernavaca, sirvió para el encuentro de la crema y nata del panismo. Al enlace matrimonial asistieron el presidente Felipe Calderón y algunos integrantes del gabinete federal.

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