jueves, 17 de septiembre de 2009

Estamos listos para transformar el país: partidarios de AMLO

Jaime Avilés




En cuanto Andrés Manuel López Obrador inició la lectura de su breve y mesurado discurso en la Alameda, sincrónicamente, allá, al final de la calle Madero, el cielo del Zócalo se incendió con un espectáculo de fuegos artificiales, pese a que eran apenas las 22:30 horas. La tradición recuerda que los cohetes luminosos arden cada 15 de septiembre en la plaza mayor después de la ceremonia del Grito, pasadas las 23 horas. Alguien, a lo lejos, tal vez quería robar la atención del público a las palabras del “presidente legítimo”. Pero no lo logró.



Aglomerada bajo las conchas de tortuga de incontables paraguas, hombro con hombro desde el hemiciclo a Juárez hasta el Eje Central, soportando la lluvia invariable que caía desde las siete de la noche, la gente escuchó el mensaje del máximo dirigente opositor, esperando instrucciones para actuar en la nueva coyuntura política, y gritando a coro, “¡ya estamos listos, señor presidente!”, cada vez que el tabasqueño señalaba que el movimiento popular necesita –porque “además es su deber”– seguir en la lucha por la transformación del país.



Sin embargo, López Obrador no soltó prenda acerca de qué acciones de resistencia civil pacífica propondrá, el próximo lunes a las cinco de la tarde, frente al Palacio Legislativo de San Lázaro, cuando haga pública su propuesta alternativa de Ley de Ingresos y de Presupuesto de Egresos para el simbólico 2010. En su exposición de motivos, para convocar al mitin, se limitó a resumir:



“Las medidas dadas a conocer la semana pasada para supuestamente enfrentar la crisis de las finanzas públicas no son más que otra vuelta de tuerca para seguir exprimiendo al pueblo. Esta oligarquía, representada por [Carlos] Salinas de Gortari, que es el que gobierna de facto en México (porque a [Felipe] Calderón lo tienen sólo de monigote), pretende aumentar todos los impuestos, inclusive crear impuestos nuevos y seguir subiendo el precio del gas, la gasolina, el diesel y la energía eléctrica”.



Las serpentinas de fuego blanco, rojo y amarillo continuaban tejiendo grecas efímeras sobre el Zócalo, cuando López Obrador añadió: “Desde aquí les invito a que el próximo lunes nos congreguemos en San Lázaro a las cinco de la tarde, para tratar este tema en profundidad (y) tomar decisiones”. Y de nuevo, el gentío empapado volvió a corear. “¡Ya estamos listos, señor presidente!”, una y otra vez.



En la primera línea del templete, a espaldas del ex jefe del Gobierno del Distrito Federal, estaban dos ancianitas que apenas alcanzaban un metro de estatura: Anastasia, de 97 años, vestida de china poblana, y peinada con unas plateadas coletas de adolescente, y Dolores, de 89, con un traje típico más sencillo pero no menos humilde. Ambas habían llegado desde muy temprano con el único propósito de escoltar a Andrés Manuel durante la ceremonia. Los organizadores del acto comentaban “el trabajo que costó ayudarlas a subir al templete”.



Estrellas doradas, chispas luminosas, jeroglíficos de lumbre continuaban subiendo al cielo del Zócalo, mientras ahora López Obrador decía: “cada vez es más claro que los males que atormentan a la nación no podrán remediarse si no llevamos a cabo una transformación de la vida pública, como la que lograron los movimientos de Independencia y de Reforma (...) y la Revolución Mexicana”.



De algún modo, el contraste entre el grave discurso que atendía la muchedumbre en la Alameda y la frivolidad de los fuegos artificiales que estallaban a destiempo en el Zócalo era una elocuente alegoría de la confrontación política que divide al país. Pero tanto en la Plaza de la Constitución como en el antiguo parque construido durante el virreinato lo que abundaba era gente pobre, que a diferencia de años previos ahora no podía darse el lujo de comprar cornetas, pestañas, sombreros, bigotes, huevos de harina o de confeti, o rehiletes y banderitas tricolores.

“¿Usted viene con su familia para apoyar a Calderón?”, preguntó un reportero italiano a una sexagenaria, a la que rodeaban sus hijos y algunos nietos. La mujer, debajo de su paraguas que goteaba por todas las puntas, contestó, mirando al periodista con un dejo de lástima: “¿A Calderón? No, nosotros estamos aquí para olvidarnos un ratito de los problemas, para disfrutar la fiesta”.



Otras, por supuesto, eran las razones que habían conjuntado a los pobres y a los militantes de la clase media en la Alameda, donde tampoco eran visibles los disfraces y juguetes septembrinos de otros años. Nadie parecía haber comprado nada, excepto capas de plástico. En su discurso, Claudia Sheinbaum, secretaria del patrimonio nacional del “gobierno legítimo”, había explicado por qué:



“El pueblo de México sufre un gobierno usurpador que apuesta a la violencia para supuestamente resolver el problema del narcotráfico, mientras reduce los recursos para cultura, educación y salud pública. Un gobierno de facto que minimiza cada día la crisis económica; que subejerce recursos públicos destinados a infraestructura y atención a la pobreza, que dilapida los ingresos petroleros para el gasto corriente de altos funcionarios y el rescate de algunas empresas mientras sigue endeudando al país. Un gobierno de facto que en estos tres años ha producido más pobres y más violencia, menos empleo, menos educación, menos salud, menos bienestar”.



Finalizada la intervención de Sheinbaum, la maestra de ceremonias, Jesusa Rodríguez, presentó a Alejandra Robles, de Puerto Escondido, Oaxaca, una morenita muy joven y en apariencia muy tímida, pero con un vozarrón que cimbró a la Alameda en cuanto empezó a cantar al estilo ranchero los versos de “Como se pueda”, la nueva creación de la propia Jesusa y Liliana Felipe, basada en las históricas palabras que Benito Juárez pronunció mientras combatía contra los invasores franceses y que Andrés Manuel ha convertido en estribillo y remate de muchos de sus discursos: “Vamos a rescatar a México como se pueda, con lo que se pueda y hasta donde se pueda”.



Fue toda una sorpresa aquella voz, a la que no se mostraron indiferentes Porfirio Muñoz Ledo y su esposa; Dante Delgado y Alberto Anaya, líderes de Convergencia y del PT; Octavio Romero Oropeza, Laura Itzel Castillo, Asa Cristina Laurel y Luis Linares Zapata, secretarios del “gobierno legítimo”; Martí Batres, titular de Desarrollo Social en el gabinete de Marcelo Ebrard y muchas personas más, entre las cuales esta crónica no vio a Alejandro Encinas ni a nadie de la dirección del PRD, así como tampoco a doña Rosario Ibarra de Piedra, que en estos momentos libra en el Senado una batalla para conducir, como le corresponde, la sucesión en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, que quieren manipular ilegalmente las bancadas del PRI y del PAN.



La ceremonia culminó cuando, a las 22:45, Clara Brugada, líder del movimiento en Iztapalapa, dio el “grito de los libres”, invocando a Hidalgo, Allende, Aldama, la Corregidora, Morelos y Guerrero, antes de exaltar la lucha de las mujeres en el mundo y desear que “muera el mal gobierno”, para en seguida proclamar tres veces “¡viva México!” y tocar la campana colgada sobre el templete, mientras miles de gargantas coreaban, furiosas: “¡Clara sí, Juanito no; Clara sí, Juanito no!”, anunciando quizá la inminente rebelión que le aguarda a quien pretende usurpar la jefatura de la populosa delegación donde, como dijo una sabia reportera, “crucifican”.

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