miércoles, 11 de febrero de 2009

Usos del poder. Alfonso Zárate

La salud de un presidente





Desde el más alto nivel le han exigido mesura a Vicente Fox, pero no se calla, acaso porque no puede callarse
¿Y si las conocidas “ocurrencias” de Fox —sus disparates, salidas de tono, impertinencias— fueran, en realidad, síntomas de un desarreglo mental y quien ocupó la Presidencia durante el periodo 2000-2006 hubiera estado casi todo el tiempo al borde de una crisis?

Desde el primer día de su gobierno, al rendir protesta como presidente de la República, Vicente Fox exhibió un comportamiento impropio, por decir lo menos: saludó a sus hijos antes de cumplir con el protocolo oficial que lo obligaba a dirigirse primero al Congreso de la Unión y modificó el texto de la protesta constitucional. Antes, durante la campaña, gustaba de repetir expresiones vulgares hacia sus adversarios (“la vestida”, llamó a Francisco Labastida, candidato del PRI; “rajoncito y coyón”, al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas).

Poco antes de tomar posesión explicó a la revista Líderes Mexicanos la razón de su vestimenta: “Me gustaba mucho la vida Marlboro, quizá por eso siempre traigo botas y pantalón vaquero”. Como presidente viajó por el mundo haciendo el ridículo: en Salamanca citó a un tal José Luis Borgues; en Madrid anunció el debut, en una cena de Estado, de las botas de charol; en Seúl se ofreció como intermediario para resolver el problema entre las dos Coreas… Aunque, tal vez, la frase emblemática de su desapego a la realidad es “¿Y yo por qué?”, en relación con la acción violenta e ilegal de TV Azteca contra Canal 40.


Los saldos de la administración Fox son lastimosos en muchos sentidos: dilapidó buena parte de los 40 mil millones de dólares que México recibió por sobreprecios del petróleo; nadó de a muertito en la lucha contra el crimen organizado… Pero, quizá, lo que mostró muchas veces no expresaba sólo frivolidad o ignorancia, sino la presencia de un trastorno siquiátrico: una personalidad “limítrofe”, border line como la llaman los especialistas.


A más de dos años después de haber concluido su mandato, Fox sigue haciendo de las suyas y cada vez que abre la boca se mete en líos y provoca daños colaterales. Desde el más alto nivel le han exigido mesura, pero no se calla, acaso porque no puede callarse.


La más reciente “perla” la pronunció en una reunión con alcaldes panistas: los convocó a hacer activismo político aunque esto significara dejar “encargadas sus oficinas, tal como yo lo hice durante los seis años de mi gobierno”. ¿Ingenuidad, estupidez o cinismo? No habría sido la primera vez; como gobernador de Guanajuato dejó a su secretario de Gobierno, Ramón Martín Huerta, conducir al gobierno mientras él se dedicaba a hacer lo que le gusta: payasadas que caían bien a mucha gente harta de la solemnidad, la corrupción y la ineficacia de la clase política priísta.


Si —a confesión de parte, relevo de prueba— Fox “encargó” el despacho durante seis años, ¿quién gobernó? Por una parte, la inercia: las burocracias siguen rutinas; el gabinete apareció desordenado; algunos decían, para justificar el desbarajuste, que dejar la nave al garete mostraba un estilo democrático. Pero en política los espacios vacíos se ocupan. En la residencia oficial hubo, al menos, dos personajes que suplantaron al jefe del Ejecutivo: Marta Sahagún (la otra parte de “la pareja presidencial”) y Ramón Muñoz, su “sicólogo” de cabecera.


Ramón Muñoz, cabeza semioculta de El Yunque, se despachó con la cuchara grande: infiltró la administración con miembros de esa cofradía y vetó a quienes no resultaban confiables o sumisos. Sin embargo, no fue sino hasta que se conoció el expediente de la Sacra Rota Romana que dictaminó la anulación de su matrimonio con Lilian de la Concha cuando se conocieron los resultados de pruebas sicológicas y siquiátricas practicadas al entonces presidente: “Grave trastorno de personalidad”.


Son enormes las atribuciones que la Constitución y la costumbre depositan en el titular del Poder Ejecutivo, de allí que sus acciones u omisiones pueden generar enormes daños; por ello, la salud del presidente no es sólo un tema de interés público, es un asunto de seguridad nacional.

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