jueves, 18 de diciembre de 2008

La explosiva mezcla griega

Las protestas estudiantiles que han sacudido a Atenas llegaron ayer hasta la Acrópolis, donde los jóvenes declararon su voluntad de invocar el apoyo internacional en el ámbito de la Unión Europea (UE). En una enorme manta, en la que se escribió la palabra “resistencia” en los cuatro idiomas más importantes del conglomerado, se convocó a la realización, hoy, de manifestaciones en el viejo continente.

Es posible que el llamado tenga eco y que sectores estudiantiles de diversas naciones salgan a las calles a expresar solidaridad con los manifestantes griegos; parece menos probable, en cambio, que el descontento de éstos prefigure o anuncie revueltas profundas y generalizadas en el viejo continente, pues la combinación de factores que desató la exasperación en Grecia tiene una especificidad nacional.

Hay allí, como en el resto del mundo, un malestar juvenil ante el accionar económico, vertiginoso y excluyente, que ha dejado de ofrecer a los menores de 30 años horizontes mínimamente estables de inserción laboral; y, al igual que en el resto del planeta, en Grecia la recesión mundial, aún incipiente, empieza a causar estragos sociales. Pero a esas circunstancias generales ha de agregarse, como componentes singulares, el ambiente político opresivo impuesto por el gobierno derechista que encabeza Costas Karamanlis, del partido Nueva Democracia; el pronunciado desgaste de la institucionalidad política, sacudida en forma periódica por escándalos que manchan por igual a los estamentos conservadores que al Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok) y agotada por la endogamia de una clase política cerrada y dominada por cacicazgos dinásticos como los de los Karamanlis y los Papandreou, así como el empecinamiento en aplicar estrategias económicas privatizadoras, corruptas, depredadoras de la propiedad pública y de consecuencias particularmente devastadoras para la economía griega, que es una de las menos desarrolladas –y de las más inequitativas– de la Unión Europea.

A contrapelo de la tendencia asumida por la mayoría de los gobernantes del mundo, quienes se han propuesto reactivar la alicaída economía y proteger a los sectores más vulnerables de la sociedad mediante diversas medidas de intervención estatal, el régimen griego ha recurrido al contraproducente y desgastado recetario neoliberal: reducir aún más el sector público y abandonar a la población a los vaivenes del mercado, al desempleo, a la pérdida de prestaciones y a una grave caída de los niveles de ingreso, de consumo y de vida en general.

Para colmo, ante la indignación social provocada por la muerte del joven Alexandros Grigorópulos a manos de un efectivo policial, el pasado 6 de diciembre, el gobierno de Karamanlis ha reaccionado con una monumental insensibilidad política y social y con reflejos represivos que han llevado a la cárcel a dos centenares de manifestantes, lo que ha tenido el efecto de incrementar la justificada furia de los opositores civiles.

Con base en estas consideraciones, parece sensato suponer que las revueltas griegas podrían ser la antesala de una vasta desestabilización política en la nación helénica, y si ello ocurre, el principal responsable será el propio gobierno de Atenas.

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