viernes, 28 de noviembre de 2008

Otro Enfoque de la Actualidad Social. Eduardo Miranda Esquivel

Más allá de las estadísticas, la cruda realidad que vivimos los mexicanos, muestra la colosal crisis económica por la que atraviesa el país, en el contexto del trastorno financiero en que se encuentra hundido en nuestros días el capitalismo mundial.

Las condiciones de vida y de trabajo de nuestro pueblo a diario se agravan y la aparición creciente de la pobreza, el desempleo y la inseguridad pública, entre otros males, se reproducen como una terrible epidemia en todos los poros de la actividad social. En tanto que, la actividad política gubernamental y la de los principales partidos políticos que comparten el poder, en vez de guiar y servir al pueblo para vivir mejor, se ha convertido en un próspero negocio para quienes la ejercen, además de un poderoso instrumento para oprimir y reprimir al pueblo y vedarle su acceso a las más elementales condiciones de bienestar y justicia social.

La república federal, popular y democrática por la que lucharon nuestros ancestros en los gloriosos acontecimientos contra la conquista colonial en 1521 y años sucesivos, en la revolución de independencia iniciada en 1810 y en la revolución popular de 1910-1917, solamente quedan en el papel, al igual que la división de poderes, el federalismo, el municipio libre y la impartición de justicia, completa, gratuita e imparcial.

En ese contexto, en los albores del siglo XXI, los mexicanos recibiremos el año de 2009 y los subsecuentes --para quienes tengan la fortuna o la desgracia de existir-- en condiciones sumamente deplorables, pero a la vez determinantes.

Los paralelos históricos nunca son buenos ni exactos, pero las condiciones económicas, políticas y sociales que prevalecieron en 1810 y 1910 en el país, comparativamente, no son muy distantes de las que concurren ahora, en 2010. La profunda desigualdad social, la penuria de nuestro pueblo, la falta de libertades y la ausencia de respeto a los derechos humanos, son un paralelo al que habría que agregarle, la existencia de un poder gubernamental federal faccioso, autoritario y represor.

Por ello, hoy más que nunca las banderas que enarbolaron Cuitláhuac, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos y Pavón, Vicente Guerrero, Cajeme, Julio Chávez López, Ricardo Flores Magón, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Genaro Vázquez Rojas, Lucio Cabañas Barrientos y tantos otros patriotas y revolucionarios en la historia de México, están vigentes para orientar la lucha de quienes ahora nos toca promover la lucha por un mejor porvenir.

Los pobres, como los que algo tienen, y quienes se hallan en medio de éstos, aspiramos a un mejor país. Así, los desvalidos luchan por el pan; los que tienen, por el disfrute seguro de sus haberes, aunque mal habidos sean estos; los de en medio, por mantenerse como están, pero al fin todos, especialmente los de abajo, los excluidos, luchamos por un ambiente de libertad, democracia, seguridad pública, equidad y justicia social.

Las condiciones que prevalecen en el mundo y especialmente en Latinoamérica, así como las de México en particular, son totalmente favorables al campo de la democracia, al campo de la revolución. El reacomodo de las fuerzas políticas y sociales en todas partes, cruza la caída de los imperios, el derrumbe del capitalismo mundial, la emancipación de las naciones y la libertad de los pueblos. El triunfo del candidato Barack Obama en los Estados Unidos y la gran participación en ese país de los migrantes latinos y residentes de origen afroamericano por la democratización interna del imperio y la concertación de la paz mundial, así como el establecimiento de Gobiernos democráticos en América Latina y el caribe, en Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Uruguay, Venezuela, entre otros, son vientos favorables que México debe respirar.

En nuestro país, la pobreza y la pérdida constante de las conquistas económicas, políticas y sociales que la revolución y el constitucionalismo social nos dejaron, así como la creciente inconformidad popular y la dinámica social cada vez más fuerte para exigir el respeto de los derechos sociales adquiridos, nos señalan que el pueblo de México está maduro para recobrar el camino del bienestar, la soberanía y la justicia social, pero falta ver, organizar, y decidir cómo, cuándo y quiénes guiarán ese camino a la libertad.

Desde nuestra trinchera y los referentes del movimiento social en los que participamos, hemos insistido en la necesidad de la unidad popular, en la convergencia de todos los frentes y formas de lucha para defender nuestros derechos, y sin duda en los últimos tiempos, hemos conquistado valiosas preseas en la defensa de nuestro patrimonio nacional contra la privatización de la industria petrolera y eléctrica, que encabeza la Convención Nacional Democrática CND, en la resistencia contra la reforma laboral y la privatización de la seguridad social, que encabezan valiente y dignamente los trabajadores de la educación, organizados en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), con motivo de la nueva Ley del ISSSTE y la Alianza por la Calidad de la Educación (ACE), así como también en la batalla por la libertad sindical, con un digno y valiente ejemplo de los trabajadores mineros, y una ejemplar y pertinaz lucha de los pueblos y comunidades indígenas de nuestro país por la reivindicación de sus derechos, como las que han llevado a cabo los pueblos de Atenco, Oaxaca (con la APPO) y, recientemente, Morelos.

Con todo, hasta ahora, la resistencia popular ha sido importante, pero insuficiente para detener el deterioro de la situación del pueblo de México y la embestida neoliberal del Gobierno en turno, que encabeza Felipe Calderón.

La coyuntura político electoral que nos brindan las próximas elecciones constitucionales del 2009 y 2012, asociada a una creciente inconformidad popular y movilización social, en el marco de los vientos internacionales favorables, los signos de ingobernabilidad del régimen, la guerra sucia contra el movimiento y el desgaste de las estructuras de poder por el ajuste de cuentas entre el propio gobierno y el narcopoder, nos posibilitan acariciar el sueño de establecer un nuevo gobierno del pueblo en México, solamente si logramos la unidad popular y para ello urge, el diseño de una ruta crítica para disputarle el poder a los gobiernos de derecha, al PRI, al PAN y a sus cómplices del PANAL, PVEM y otros, porque nadie logrará solo, lo que todos juntos.

En este escenario destacan el papel que pueden y deben jugar el Frente Amplio Progresista (FAP), con la alianza del PRD, el PT y Convergencia; la Convención Nacional Democrática (CND); las fuerzas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN); las agrupaciones del Dialogo Nacional (DN), el Movimiento Nacional por la Soberanía Alimentaria, los Derechos de los Trabajadores y las Libertades Democráticas (MNSADTLD), y, el Movimiento de Liberación Nacional (MLN), referentes que en los últimos años han participado o liderado, con altibajos, la lucha por la democracia y el cambio social, además de la participación de los distintos grupos insurgentes en el país.

El Partido de la Revolución Democrática (PRD), en el abanico de las agrupaciones político electorales orientadas a la izquierda, es la agrupación política que mayor infraestructura y experiencia político-electoral tiene actualmente en el país. Gobierna a más de 20 millones de mexicanos.

El carácter institucional del PRD, que activa con los recursos y reglas del sistema que pretende “cambiar”, su creciente burocratización y su alejamiento de las luchas populares, lo han sumido en un desgaste de pugnas internas, pérdida de imagen popular y corrupción directa o indirecta de sus altos y medios dirigentes, hechos que han creado una situación en la que es imposible que “chuchos” y “obradoristas”, solos o unidos entre sí, representen una alternativa real de poder en los próximos años. Sus partidos apéndices, como el PT y Convergencia, no son nada sin su relación con el “partido grande”.

La anunciada candidatura de Andrés Manuel López Obrador una vez más a la Presidencia de la Republica en el proceso electoral del 2012 está severamente disminuida por el marco organizacional y conceptual en que se da, porque el hombre es un líder de gran talante y valor, pero ha sido víctima de sus propios errores de liderazgo, en su política de alianzas, en su menosprecio a la unidad obrero-popular y en su actitud de inhibir en el momento oportuno la propia y especial dinámica del pueblo embravecido. Sin embargo, tiene el merito histórico de que ha actuado consecuentemente como piensa, mientras otros, no hemos podido o querido hacerlo, ahí está la diferencia.

Por igual, la responsabilidad de otros liderazgos y referentes importantes del país, en la falta de unidad y avance de las fuerzas democráticas del país, sobre todo en el proceso electoral del 2006, es compartida. Por ejemplo, la del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas y la del Subcomandante Marcos, o la de los representantes del Frente Sindical Mexicano (FSM) o la Unión Nacional de Trabajadores (UNT).

En ese tenor, nuevamente resalta la idea de que solamente con la unidad popular, venceremos en esta coyuntura del 2009–2012, si nos agrupamos y organizamos para disputarle el poder al gobierno y tomar las riendas del mismo. El poder del pueblo, bajo un nuevo gobierno, democrático y popular, que debe ser construido, antes, durante y después del proceso electoral mediante el empoderamiento social y la democracia participativa en todos los espacios de poder, desde las bases, en los sindicatos, cooperativas, comunidades, pueblos, ejidos, barrios, asociaciones civiles, redes populares, agrupaciones políticas, escuelas y en general en todas y cada una de las instancias o reuniones que tengan el interés de luchar por un nuevo proyecto de nación.

A propósito de la toma del poder y la crisis del PRD, cabe señalar que la discusión en ese partido no debe centrarse en si los dirigentes Jesús Ortega y Alejandro Encinas, asumen o no la Presidencia y Secretaría General, respectivamente, de ese instituto político, más allá de la cuestionable maniobra del Tribunal Electoral de la Federación, o ambos acuerdan un pacto de salida intermedia para mantener la unidad a toda costa, sino lo importante y urgente es que definan a qué intereses sirven: o están a favor de contribuir y poner el PRD al servicio de la unidad popular y el cambio social en esta coyuntura, o siguen practicando la simulación en detrimento de las verdaderas causas democráticas y revolucionarias del pueblo mexicano, porque es bueno repetirlo, estas grandes corrientes al seno del PRD, solos o juntos, difícilmente podrán ganar la presidencia del país, sin la unidad del movimiento popular y revolucionario, como tampoco el movimiento popular podría ser capaz de la toma del poder sin el concurso actual de los cientos de miles de ciudadanos que creen en López Obrador y/o en el PRD, PT o Convergencia, además del aprovechamiento de la amplia infraestructura de que disponen esos partidos oficiales, mantenidos por el Estado.

Los últimos acontecimientos del país muestran una reorganización en las filas de la derecha. Los triunfos electorales del PRI, el fallecimiento “circunstancial” del Secretario de Gobernación y el arribo del abogado Fernando Gómez Mont a la Secretaria de Gobernación, muestran una alianza y reacomodo de las fuerzas de derecha del país. Por lo mismo, las fuerzas de izquierda o quienes se jactan de serlo, requerimos lo propio.

En ese sentido, urge el establecimiento de una cumbre o Convención del movimiento democrático y revolucionario del país que, a partir de sus liderazgos más connotados y no de los burócratas que lo representen, pacten una estrategia hacia la toma del poder, anticipando la aprobación de un programa democrático popular que prevea el establecimiento de un gobierno revolucionario y la forma de conseguirlo, así como los hombres y mujeres que habrán de liderarlo en una nueva disputa por la nación, bajo la consigna de ni una lucha aislada más, juntos construyamos el nuevo poder popular. Hasta la victoria siempre.

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