lunes, 10 de noviembre de 2008

JUAN CAMILO MOURIÑO. Miguel Angel Granados Chapa

Eficaz desde la discreción de la Oficina de la Presidencia, exponerlo a la atención pública en la Secretaría de Gobernación en enero pasado mostró la vulnerabilidad del amigo de Calderón, al punto de que quizá estaba próximo a ser relevado

Excepto Héctor Pérez Martínez, nunca murió un secretario de Gobernación en el desempeño de su delicada función, hasta que Juan Camilo Mouriño perdió la vida al caer el avión en que viajaba con José Luis Santiago Vasconcelos. Pérez Martínez había sido gobernador de Campeche, el estado adoptivo del ahora finado sucesor suyo. Secretario de Gobernación de Miguel Alemán, y tempranamente señalado como precandidato presidencial, sólo despachó en Bucareli 14 meses y medio, pues falleció de muerte natural el 13 de febrero de 1948.

Mouriño permaneció menos tiempo en esa oficina que su virtual paisano. Nombrado secretario el 16 de enero pasado, apenas duró 300 días en el cargo. Habría sido más breve su desempeño si la fragilidad política que padeció desde su nombramiento no la hubiera suplido el firme apoyo que le brindó el presidente Felipe Calderón que en su responso del martes encomió en su amigo y colaborador virtudes que una amplia gama de voces públicas no vieron nunca o habían dejado de ver en él.

Cercanos durante menos de 10 años (se hicieron amigos a partir de 2000, cuando fueron diputados federales en el numeroso grupo panista en la LVIII Legislatura que encabezó el ahora Ejecutivo), Mouriño desplazó en el ánimo de Calderón a panistas de cuño más antiguo, amigos también de más vieja data del ahora presidente de la República. Pero, si se atiende a los chismes palaciegos que alcanzaron estatus público en semanas recientes, Calderón había llegado al punto de prescindir de su colaborador querido. Apenas el 30 de octubre Mouriño mismo había salido al paso del persistente rumor que lo colocaba ya fuera del palacio de Covián. Dijo que seguía en su cargo, “trabajando con la misma convicción, con el mismo nivel de compromiso y con la misma decisión, de ser parte de esta generación política llamada a transformar el país y de un gobierno que trabaja todos los días por conseguirlo”.

La proximidad de Calderón y Mouriño, expresada continuamente durante el primer lustro de esta década, no interrumpida sino afianzada en el año y medio del infortunio político del ahora Presidente (el que medió entre su renuncia a la Secretaría de Energía y su triunfo en la contienda por la candidatura presidencial del PAN) había llegado a su culminación. Fue manifiesto el poder que Calderón le confirió al reconstruir la Oficina de la Presidencia, dotada de mayores facultades formales y reales que la ejercida al máximo por José Córdoba en tiempos de Carlos Salinas. Actuaba desde allí como una suerte de vicepresidente o jefe del gabinete, no sólo del staff personal que rodea al Ejecutivo, sino del integrado conforme a la Constitución. Paradójicamente, su fuerza decisoria decayó al ser nombrado secretario de Gobernación, no obstante que la intención presidencial pareció la contraria para situarlo como el principal aspirante a la todavía remota sucesión presidencial de 2012.

Al salir de la eficaz discreción con que se movía en Los Pinos y quedar expuesto a la atención pública como miembro formal del gabinete, se discutió su nacionalidad. Nacido en Madrid en el seno de una familia gallega (que retornó a su solar nativo después de construir una fortuna enorme en menos de tres décadas y que ayer se afanaba en llegar a las exequias de su hijo sobresaliente) no quedaba clara su elegibilidad como secretario de Estado, pues la Constitución es rigurosa respecto de la nacionalidad de tales colaboradores del Ejecutivo. Explicado formalmente el cumplimiento del requisito constitucional quedó claro también el ambiguo uso del doble pasaporte que poseyó por lo menos durante el tiempo de sus estudios en la Universidad de Tampa. Permaneció por lo tanto vigente la duda de su idoneidad para un cargo que reclama experiencia y conocimiento profundo de la historia y la política mexicana.

Fue de mayor gravedad y trascendencia el descubrimiento de un conflicto de intereses que protagonizó siendo presidente de la Comisión de Energía de la Cámara. Lo documentó la reportera Ana Lilia Pérez en la revista Contralínea, apenas al mes siguiente del nombramiento de Mouriño. Pero le dio proyección política y tono denunciatorio la exhibición de los contratos hecha en asamblea pública por Andrés Manuel López Obrador, que entregó la documentación a diputados que sólo la manosearon. Pero fue inequívoco, reconocido a la postre por el propio secretario, el hecho de que Mouriño representaba ante Pemex los intereses de su familia, dedicada entre otros giros al transporte y venta de combustibles, al mismo tiempo que en su función legislativa se ocupaba de temas relacionados con esa empresa pública.

Mouriño trastabilló. Dejó ver sus inseguridades, y quedó inhabilitado para la gran operación política en que debía participar: concertar con el PRI la reforma energética. Durante sus meses en la Oficina de la Presidencia había mostrado capacidad para entenderse y aun hacer amistad con los dirigentes reales y formales del antiguo partido del gobierno, con los que departía socialmente. Pero ya no pudo figurar en el largo proceso de la reforma, en que aparecieron protagonistas indeseables y no previstos en la negociación original.

Dejado al margen de ese proceso, no estuvo lejos de la atención pública. Requerida información sobre la fortuna de su padre, la Procuraduría General de la República buscó proteger la reputación de la familia negando acceso a un expediente que finalmente debió entregar al IFAI. En eso estaba Mouriño a la hora de su muerte.

Cajón de Sastre

Nunca se ha reconocido que fueron provocados (quizá porque no lo fueron) accidentes de aviación en que murieron miembros de la clase política. El más antiguo en nuestra memoria es el de Gabriel Ramos Millán, álter ego del presidente Miguel Alemán desde sus días de estudiantes y de fraccionadores en Cuernavaca y la Ciudad de México. Murió el 26 de septiembre de 1949, al estrellarse cerca del Popo el avión de pasajeros en que también viajaba Blanca Estela Pavón. Respecto al accidente en que al llegar a Monterrey murieron, el 4 de junio de 1969, Carlos Madrazo y su esposa, muy tardía y vagamente su hijo Roberto lo ha definido como atentado. Lo hizo después de su derrota en 2006, sin que se animara a denunciarlo legalmente o a demandar una investigación de que se encargara una comisión independiente.

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